El texto de Rousseau y el texto de Sade indican que el objeto de las ciencias del hombre no es ni el hombre «natural» ni la sociedad, sino el paso del uno a la otra. De esta forma desvelan el sentido de una división imposible de ser colmada que actúa en dicho paso y en toda práctica que pretenda remontase a sus orígenes. ¿Qué queda de esta división en la estructura del saber en torno a ella? El sujeto de tal saber es desenmascarado por Rousseau al situarle en el plano de lo imaginario, marcado por una contradicción que elude, superándolas originariamente, la naturaleza y la sociedad. Esta temática enceunra su contrapunto en el Sade político: otro polo, en cierto sentido dialéctico, del concepto iluminista de liberación que alberga la práctica de la Revolución. El resultado de la propuesta sadiana es el radical ataque al esquema moral y filantrópico funcionante en la democracia ilustrada. Sade ve en ella la imposibilidad del goce: pesimismo, por decirlo de algún modo, «epistemológico» sobre la naturaleza humana.
El discruso sobre la liberación es así considerado tan inevitable como inconsistente, utópico, sin lugar. Imaginario, en el sentido de que se estructura en torno a este vacío.