Acaba de aparecer una abundante selección de la primera fase de aquella actividad poética bajo el título La poesía es un fondo de agua marina (El Bardo).
Un conjunto de textos unidos no sólo porque responden a un mismo momento creativo y a idéntico ímpetu, sino porque insisten en la exploración de temas y actitudes que Santiago Montobbio había mostrado en sus libros anteriores.
La perplejidad de la mirada ante la irrupción del misterio, el destello de la revelación en los paisajes cotidianos, la evocación del pasado y el constante discurrir de lo exterior a lo interior, de la reflexión personal al diálogo con los otros, de las calles de Barcelona a la temporalidad o la conciencia del lenguaje y la defensa de la poesía como forma de consuelo y de conocimiento. Por eso Montobbio reivindica el texto poético como revelación y abismo, destello único.
Ese proceso en el que la poesía, entre la luz y la sombra, construye no solo al poeta sino a la persona, se resume ejemplarmente en este texto, uno de los mejores y más significativos del libro, porque sintetiza su concepción de la poesía como búsqueda y su relación carnal con las palabras:
MERODEO. TIENTO LAS PALABRAS,
me acerco a ellas, merodeo. Soy
un sondeo, un rodeo, un regreso.
En ellas me soy y vivo. Aliento,
alumbro, descubro. Adioses
aprietan y se juntan, caminos
perdidos de vidas muy antiguas,
tiempos idos. En todos ellos
merodeo. Y me soy, vivo.
Las palabras trazan mi cara
y mi forma en el destino.
Luz y abismo, las palabras tiento,
persigo, cerco. Todo es de las palabras.
Sobre ellas el vivir se rasga,
el vivir ellas pulsan, cifran, retratan.
Sólo en las palabras está el alma.