«Plenitud» y «amor». Dos palabras que, a modo de pinceladas, quieren indicar el sentido y el contenido de estas páginas. ¿Quién no desea el amor? ¿Quién no anhela la plenitud? Y si esas dos realidades se juntan, habremos hallado el elixir de la felicidad. Un amor eterno, una plenitud de amor. Precisamente en eso consiste la santidad.
La santidad cristiana no puede ser un concepto, una idea o una meta. Por fuerza tiene que encarnarse en un Amor personal y misericordioso, que es Dios.
La plenitud del amor nos presenta la santidad como una relación íntima y personal de amor con Dios, como una experiencia viva, y no algo abstracto y conceptual. La santidad es amistad: alguien que me ama apasionadamente y a quien yo amo y busco corresponder.
Al contemplar el retablo de santos y santas de todo tiempo y lugar, el lector sentirá el aguijón y el reclamo a ser también uno de ellos, y a empeñarse con perseverancia y determinación contra todos los obstáculos que se oponen en el camino hacia esta santidad, a la que Dios nos invita.