«¡La vida es tan corta a veces! ¿Por qué privarse de lo mejor que nos ofrece?»
Saint-Germain-de-Montbron, 1849. A Mathilde le complacía el papel de esposa de un hombre honorable y apreciado en la región, lo que le permitía disfrutar a sus anchas de una vida acomodada. Ahora sus privilegios ya no la compensan. Tampoco le sirve de consuelo ser la joven más bella del pueblo, como su marido no se cansa de repetir. Porque Mathilde presiente que se marchitará mientras ve las mismas caras y se esfuerza en reír los mismos chistes. ¿Por qué desperdiciar los mejores años de su vida ante una audiencia tan poco estimulante?
La llegada de un nuevo párroco es todo un acontecimiento. Roland Charvaz es un hombre apuesto que saca sus propias conclusiones ya el primer día: una de las fieles del lugar no pasa desapercibida. Roland deduce que la belleza de esta desconocida es de las que comprometen, aun sin quererlo, la reputación de una mujer casada, y que por eso no tardará en venir a confesarse. Esta imagen basta para excitar la imaginación del sacerdote. Porque, bajo su sotana y sus buenos modales, Roland Charvaz oculta un temperamento ardiente. Lo que todavía no figura en sus fantasías es que Mathilde busca emociones que solo ha conocido a través de las novelas. Y que en los brazos de un cura sin vocación podría hallar, además, la discreción que necesita. Sin embargo, ningún amor prohibido tarda en encontrar testigos indeseados. La sirvienta de Roland no solo sabe lo que ha visto, sino que está dispuesta a difundirlo.