De mano en mano, de castillo en castillo, o de convento en convento, Justine, que predica siempre la virtud, se convierte en objeto de placer de los poderosos; son las tres clases sociales más fuertes del Antiguo Régimen: la nobleza, la burguesía de las finanzas y el clero, las que Sade saca a plaza como protagonistas de una realidad que, pese a las lentes de aumento con que el autor la contempla, no dejaba de producirse, bien oculta tras los muros de algunas fortalezas y casas de recogimiento, y bien protegida por los privilegios que aseguraban a la nobleza y a la clerecía la impunidad. Víctima del Mal, Justine sufre en carne propia las consecuencias de los instintos más ocultos del ser humano, a los que un siglo más tarde Freud bautizaría precisamente con el nombre del «divino» Marqués: «sadismo» y «sadomasoquismo», componentes enfermizos de una parte de la sensibilidad humana.