Sin embargo, no sólo asuntos intelectuales o de alta cultura son los tratados, sino que también hay crónicas sobre asuntos tan variopintos como las palomitas de maíz y las maneras apropiadas de comerlas y otras autobiográficas. En una de estas se nos narra una feliz estadía en Berlín que coincide con el derrumbe del muro -acontecimiento que Fonseca vivió en las calles durante tres días sin dormir-, y la intensidad de los sentimientos generados: Cuando el vagón empezó a moverse, las personas aplaudieron. Algunas lloraban. Christina, cerca de una ventana, miraba fascinada hacia afuera. Vi sus ojos enormemente abiertos en el momento en que el tren pasó por encima del muro. Mucha gente había muerto al intentar hacer aquello. Pero era un día de sol y cielo azul, todo contribuía a crear un clima de fiesta y alegría
Entre lo mejor del volumen, los lectores habituales de Fonseca podrán deleitarse con una crónica autobiográfica en que cuenta el deslumbramiento que siente un niño llamado José cuando llega a vivir a Rio de Janeiro tras abandonar Minas Gerais porque su familia se arruinó. El entusiasmo que siente en esta ciudad (la mayor de todas las creaciones del ser humano es la ciudad, dice) rivaliza con su pasión por la lectura y se entrega al vagabundeo para sentir los imágenes, sonidos y olores de aquella ciudad llamada São Sebastião do Rio de Janeiro lo despertaron hacia otra realidad y lo hicieron descubrir un mundo nuevo y atractivo: le dieron una nueva vida José descubrió la carne, los huesos y el gesto de las personas; y los edificios tenían forma, peso e historias propias