Por los meandros de su memoria desfila también Lucienne, la niñera, a quien nunca quiso y que fue capaz de empuñar una pistola contra él, y la misteriosa Madame Detrez, quien encuentra en el pianista a un peculiar confidente. También es invocado su maestro, don Savine, amigo del escritor Alberto Savinio, que le condujo, por breve tiempo, por senderos que rozan la espiritualidad. Por último, la madre, que murió al darle a luz y cuya tumba, en Praga, constituye un punto estable de su geografía personal. Los amores de todos ellos, humanos o místicos, constituyen los peldaños de una trayectoria vital que desvela, nota a nota, acorde a acorde, las melodías de una vida entregada al arte, tal vez el único hogar.