Antoine Laurain ha escrito un relato encantador, una historia sencilla pero sofisticada que atrapa desde la primera página y que es, al mismo tiempo, un canto de amor al auténtico espíritu parisino: el de sus rincones recoletos, sus cafés de barrio, sus viejos edificios de patios soleados y sus gentes variopintas. Con un estilo claro y fluido, y un talento incuestionable para engarzar los pequeños detalles y esas extrañas casualidades que constituyen las pinceladas del azar, Laurain ha dado luz a una novela de una sutil y fascinante belleza.