Con un tono cáustico e irreverente, una mujer entrada en la tercera edad nos cuenta su vida desde un sótano de la ciudad de Reykjavik.
«Vivo sola en un garaje, y solo tengo a mano mi ordenador portátil y una vieja granada de mano... Hay pocas ventanas aquí, pero veo el mundo a través de la pantalla. Los e-mails van y vienen, mis viejos amigos de Facebook me siguen, como la vida misma, y yo no me pierdo detalle.»
Así empieza La mujer a 1000 grados, y quien habla es Herra, una anciana de ochenta años que ha decidido vivir en un sótano de Reykjavik, conectándose con el mundo entero vía internet. Nieta del primer presidente de Islandia, la mujer pasó los años de la Guerra en Dinamarca y Alemania, para luego viajar y pecar a gusto en ciudades como Nueva York y Hamburgo. Cansada de tanto traqueteo, volvió finalmente a Islandia y allí, según sus propias palabras, tuvo tres hijos de nueve hombres distintos.
Fumadora empedernida, Herra sufrió un cáncer de pulmón a los sesenta y tres años y los médicos le dieron un año de vida, pero aquí está, y ha tomado una decisión: no quiere pasar otra Navidad sin compañía, y por lo tanto ha dispuesto su muerte y la manera en que va a morir. Se ha decantado por la cremación y pretende que el horno esté a 1000 grados el día exacto en que ella tenga a bien irse de este mundo. Tras consultar con distintas funerarias vía mail, ya lo tiene todo dispuesto, y mientras espera a que el horno se caliente, nos cuenta su vida y la vida entera del siglo XX.
¿Qué hace una anciana en un garaje? Mirar el mundo...y reírse de nosotros.