Argumento de La Menina ante el Espejo
Una imagen ya no vale más que mil palabras: en una sociedad saturada de iconos, La Menina ante el espejo aborda las relaciones peligrosas entre el espacio poético y el espacio artístico. En estas páginas, en las que la historia del arte, la crítica literaria y la teoría cinematográfica intercambian sus papeles, el lector paseará por las salas de un museo sin paredes, cuya distribución remite a las sucesivas pantallas de la posmodernidad líquida.
La transformación del paisaje en Zona 0, los trampantojos del retrato especular, los objetos perdidos en el bazar de las vanguardias y las sinuosidades de la representación fílmica ofrecen una nueva visión de las obras plásticas y una revisión de los poemas que las han señalado con el verso. A lo largo de la visita podrán admirar los abismos oceánicos de Antonio Berni, tomarse un café en un lienzo de Hopper, indignarse ante la profanación celeste de Brueghel, pintar a vista de pájaro con Uccello, verificar la profundidad de campo de Las Meninas, discutir con el selfie esférico de Parmigianino, asistir a los careos entre las pacientes protagonistas de Vermeer, guiñarle un ojo a la Torre Eiffel, amaestrar al gato de Chagall, pedirle prestada a Picasso su linterna mágica, remendar el abrigo favorito de Magritte, morder el membrillo filmado por Víctor Erice o perderse en los laberintos del celuloide.
Con todo, el poeta Luis Bagué Quílez recorre en su ensayo a su vez la poesía de los siglos XX y XXI, en un periplo donde no faltan las menciones a Claudio Rodríguez, Aníbal Núñez, Vicente Huidobro, Raúl Zurita, Guillaume Apollinaire, Jacques Prévert, Adam Zagajewski, Wisawa Szymborska, William Carlos Williams y Jorie Graham. El museo 3.0 acaba de abrir sus puertas. Sigan el paraguas rojo.0