En tiempos de nuestros abuelos, posiblemente convenía que quienes nunca pensaron cosas como las que recoge es libro, tampoco supiesen que los santos las habían dicho. Hoy conviene que quienes las piensan con susto, pero con frecuencia, sepan que también los santos las dijeron. Pues esta experiencia, serenada y asimilada, puede convertir en argumento hacia la fe lo que para muchos es hoy argumento contra la fe. En nuestros días no son pocos los que piensan que Dios sigue llamando a su Iglesia a una seria reforma, y que sus responsables últimos harían mal en cerrarse a las incomodidades de dicha reforma alegando que la Iglesia es santa y, por tanto, intocable. Pero, juntoa ellos, el autor quiere añadir también que esa reforma no debe ser exigida con desobediencias sistemáticas, ni con manipulaciones ni agresividades ni <