¿Qué hacer cuando la realidad concreta parece desmentir las esperanzas y no quedan rincones donde el mal no se enseñoree? ¿Entregarse a lo inevitable ignorando toda pregunta en un mundo idealizado?
Al escribir La justificación del Bien en los últimos años de su vida, Soloviov ofrece su testamento intelectual más comprometido, la lúcida expresión de su madurez ética, pues reconociendo el mal incluso en su espesor apocalíptico, no aparta la mirada del Bien.
El lector que se acerca hoy a sus páginas descubre un auténtico sistema de filosofía moral. La argumentación del brillante pensador ruso se basa en una fenomenología de los datos naturales de la moralidad humana, representados por los sentimientos del pudor, la compasión y la piedad. Cada uno de ellos se convierte en criterio regulador de la relación del hombre con lo que le es inferior (el mundo animal), con sus semejantes (las relaciones humanas en todos los dominios) y con el principio superior religioso.
En esta magna moralia cobra especial significado la independencia de la reflexión moral respecto de la religión positiva. No en vano, la afirmación del ámbito propio de la moralidad, que cuestiona ya a cada individuo en el centro de su existencia, exige la realización de la libertad personal y el ejercicio de la dignidad moral antes incluso de prestar la obediencia debida por cada uno a la fe.
Únicamente desde aquí pueden ponerse hoy los cimientos que permitan edificar una tan verdadera como necesaria filosofía de la esperanza.