"Una mañana, un viejo marinero que tenía la cara marcada con la cicatriz de un sable, llegó hasta nuestra casa arrastrando un gastado baúl. Era alto y fuerte y llevaba el pelo recogido en una trenza negra. Sus manos, con las uñas sucias y recomidas sujetaban un bastón. Dentro de la posada, el viejo marinero pidió un vaso de ron y, apurándolo de un solo trago, comenzó a hablar con mi madre." El joven Jim Hawkins, hijo de la mesonera de un pequeño