Sumariamente, ¿qué es la ironía sino la conciencia, una buena conciencia gozosa con la que se distingue de la hipocresía? No hay humor sin amor ni ironía sin goce. La ironía, en suma, salva lo que puede ser salvado. Es mortal para las ilusiones, teje, por doquier, las telas de araña en las que quedan atrapados los pedantes, los vanidosos, y los grotescos. Ironía, verdadera libertad, clama Proudhon en el fondo de su celda en Sainte-Pélagie. La ironía interroga todo; con sus preguntas indiscretas arruina cualquier definición, perturba todo el tiempo la pedantería pontificante que se encuentra presta a instalarse en una deducción satisfecha. Gracias a la ironía, cuando se reconoce, el pensamiento respira más ligeramente, danzarina y chirriante, en el espejo de la reflexión.