Éste gozaba de una luz cenital absoluta, puesto que el techo era de cristal. Recuerdo que de lo primero que hizo mi padre fue montar unos toldos que graduaban la luz, evitando la apoteosis solar que hacía insoportable el estar allí. Como a la mediación de este espacio, una puerta a la izquierda comunicaba con las oficinas. Quien fuera a concertar un trabajo se encontraba necesariamente con el espectáculo del taller, las máquinas funcionando, casi siempre a todo gas. En la oficina, al fondo, estaba la mesa de mi padre. Antes de llegar a ella se encontraban otras dos mesas ocupadas por los empleados administrativos.
La imprenta de San Eloy, Fernando Ortiz
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