A Elena Ferrán le diagnostican cáncer de pulmón. Ingresa en el hospital San Judas Tadeo, el mejor y más moderno de toda Europa para el tratamiento de ésta terrible enfermedad. Allí conoce a Erika y Juancho, dos compañeros de batalla con los que vive momentos que, además de ayudarla a pasar mejor su estancia en el hospital, la van transformando en una auténtica guerrera. Una noche estando en su habitación, aparece Marcos. Un chico algo mayor que ella, de sonrisa perpetua y verdadera, que ha tenido una apasionante vida y del cual Elena se enamora irremediablemente. De su mano navega las aguas del Mediterráneo; vive increíbles aventuras; pesca tiburones en el Atlántico, contempla juguetones delfines desde la proa de un pesquero y recorre ciudades que jamás imaginó conocer. Todo, sin salir de la habitación celeste. El amor y la amistad son dos valiosos aliados con los que la chica de ojos esmeralda se enfrenta al miedo, a la enfermedad y a la propia muerte. «Cuando la muerte nos mira directamente a los ojos disfrazada de enfermedad, solo nos queda mantenerle la mirada. Tal vez así, sea ella la que tiemble, se asuste y acabe posando sus gélidas pupilas sobre otro desdichado mortal. El amor, en ciertas circunstancias, más que un sentimiento, es un salvoconducto para mantenerse con vida».