Cuando aprendemos a escuchar a nuestro cuerpo, como si se tratara de un idioma, la enfermedad nos hablará. No será ya la malévola dama que debemos combatir a toda costa, sino la herramienta que nos permitirá entablar un diálogo con nosotros mismos. Y, a través de este diálogo, descubriremos que detrás de la «enemiga» se oculta en realidad una amiga que pretende curar las heridas de nuestra alma.