La España imperial nació de forma convulsiva a través de una crisis que, una vez superada, permitió el advenimiento de un régimen autoritario y castellano basado en una unión incuestionable del trono y el altar. Desgarrada entre las solicitaciones imperiales europeas del emperador y las urgencias de su propia construcción en tanto que imperio español, católico y colonial, la monarquía carolina vaciló durante largo tiempo entre su posición originaria periférica y su paulatina afirmación como potencia europea de pleno derecho en el concierto de las nacientes naciones occidentales, sin lograr jamás generar una dinámica unitaria cuyo centro fuera ocupado por ella. Fue con Felipe II, una vez liquidada la cuestión de la herencia imperial europea, con quien se realizaría, en beneficio de la construcción del «Nuevo Imperio» español, esa vocación central.