Ariel Finguerman, investigador del Centro de Estudios Judíos de la Universidad de Sao Paulo, da respuesta a estas preguntas haciendo un viaje por más de 3.000 años de historia del pensamiento teológico e indagando sobre el concepto de "pueblo elegido" en religiones tan diferentes como las de la antigua Babilonia, los africanos yorubas, la china de Confucio y el cristianismo paulino.
Partiendo de la convicción de que el pueblo judío ha tenido desde los orígenes hasta el día de hoy conciencia de ser "el pueblo elegido de Dios", el autor estudia en esta obra cómo "esta conciencia de pueblo elegido" se alberga en el corazón de todos los sistemas religiosos antiguos o modernos.
Por una lado, si el judaísmo cree que la divinidad creadora del universo ama especialmente a la ciudad de Jerusalén, dicha creencia es irreconciliable con el credo babilónico de que el dios supremo habita en la capital mesopotámica. Por otro lado, si los dioses realmente se ocuparon en especial de la construcción de Babilonia, como creían sus habitantes, dicha creencia contradice el credo yoruba de que las entidades espirituales que gobiernan el mundo nacieron en la ciudad africana de Ife. Asimismo, la creencia yoruba de que sus reyes heredaban del dios supremo un status divino entra en contradicción con la teoría china del Mandato del cielo . En fin, la paz de la humanidad garantizada por el emperador chino, según la religión tradicional china, choca de lleno con la creencia cristiana en la salvación a través de Jesucristo. Vemos, pues, que la doctrina de la elección de una religión excluye, naturalmente, las demás "elecciones", siendo por propia definición incompatible con las demás, pues cada una de ellas cree estar ocupando el centro del mundo.
De estos presupuestos, el autor concluye haciendo cuatro afirmaciones:
La obra termina tratando de explicar por qué la doctrina de la "elección" originó el más grave conflicto histórico entre judíos y cristianos, al considerarse éstos el verdadero pueblo elegido. Concluye el autor proponiendo que no hay otra vía de salida para el diálogo entre judíos y cristianos -y entre las religiones de la tierra- que la de la tolerancia que evite los exclusivismos: "Sólo la tolerancia, afirma el autor, parece tener el poder de abrir una perspectiva de convivencia religiosa (en el sentido más amplio del término) entre judíos y cristianos.
Como afirma el historiador Trevor Ling, "ningún hombre es tan orgulloso de su propia religión como aquél que no conoce otra". El mutuo conocimiento ayudará, sin duda, al diálogo interreligioso y obligará a revisar ciertos dogmas basados en una lectura "fundamentalista" de las Escrituras y Tradiciones Sagradas, marcada de exclusivismo e intolerancia.