He regresado para confesar mi delito, consciente de que no suscitaré sentimientos de solidaridad, ni siquiera entre los colectivos a los que quise desagraviar. No habrá piedad para mí. Ni yo la pediré. ¿Acaso la tuve yo con aquel maldito cabrón, que al fin y al cabo no era más que un desgraciado, víctima también él de una ?educación? machista basada en el predominio y la prepotencia del varón sobre la mujer? Hoy comienza el último acto de la vida de la nueva ?Juana de Arco?. Mañana me veré ante la justicia, y pasado mañana ?me consumiré en la hoguera? de la incomprensión, de la repulsa, de la condena popular. Nadie creerá que Dios me eligiera para salvar a las mujeres de sus agresores, ni de sus dudas y sus miedos. Las mujeres tenemos que salvarnos nosotras mismas. No tenemos que esperar a ningún salvador, hombre o mujer. En este país, en este mundo ha habido a lo largo de la historia demasiados ?salvadores? que provocaron muchas desgracias, muchos infortunios, muchas muertes de inocentes, incluidas las de muchas mujeres.