Un poemario-poliedro de nueve lados cuyos ángulos, «con articulaciones múltiples y pugnantes por el desencaje» como dice la autora, parecieran resistirse a confluir en un mismo punto. Y acaso sea esta resistencia la que logra formar un todo estructuralmente orgánico e inquietante como poemario.
Un libro marcado por la necesidad de romper ciertos códigos, violentar la palabra y dinamitar desde dentro del lenguaje lo que podríamos llamar «la buena letra» (la buena letra es el disfraz de las mentiras), impuesta por quienes hacen de la poesía un artefacto inane, pseudoexistencial, un lugar decorativo y confortable.
Aquí el lenguaje se vuelve barricada y obstáculo tras los que parapetarse y protegerse y escribir contra ciertos órdenes. Y curva y tránsito para dar paso, desde los laterales, a otras formas, otros límites, otras sensibilidades.