Frente a ello, hay que levantar la voz del Museo Pobre, del que no tiene recursos y nunca los ha tenido; del museo que ha sobrevivido a las guerras, a las bombas, al hambre y a los inviernos sin calefacción; aquellos museos cuyo director abre por la mañana y cierra por la noche, lleva la administración y atiende a las visitas, y cuyas vitrinas fueron compradas a base de las miajas que caían del despilfarro de los ricos.