Cuando se anuncia una muerte en la hoguera, las tabernas de los alrededores de Smithfield encargan barricas de cerveza adicionales, pero cuando quien va a morir en la hoguera es una mujer y además de noble cuna, llegan carros de cerveza. Yo viajaba en uno de esos carros el viernes de la semana de Pentecostés, en el vigésimo octavo año del reinado de Enrique VIII, para ofrecer plegarias por el alma de la traidora condenada a morir: lady Margaret Bulmer.
Cuando la joven novicia Joanna Stafford, hija de la primera dama de la reina Catalina de Aragón, se entera de que su querida prima Margaret va a ser ejecutada públicamente en la hoguera, rompe el voto de clausura y se escapa del monasterio del priorato de Dartford. Sin embargo es detenida junto con su padre, sir Richard Stafford, también presente en la ejecución, y acusados ambos de intentar sabotearla, son encerrados en la Torre de Londres. El padre de Joanna sufre atroces torturas mientras la novicia es tratada con amabilidad y respeto, pero su trato privilegiado se debe al interés que sus dotes intelectuales suscitan en el arzobispo de Winchester. La novicia tendrá que realizar un importante encargo: buscar una misteriosa reliquia portadora de enormes poderes, la corona del primitivo rey de la cristiandad Athelstan, hecha con las espinas de la corona de Cristo. La responsabilidad del cierre de los monasterios de Inglaterra y la vida de su padre están ahora en las manos de Joanna;