Piero Calamandrei, connotado opositor al fascismo, tras la derrota de este, trabajó con ahínco en la Constituyente, para que el nuevo texto, trascendiendo el mezquino horizonte de los intereses partitocráticos, con visión «présbite», mirase lejos. Y para que los derechos fundamentales, a empezar por los derechos sociales, fueran auténticas normas jurídicas, capaces de incidir en la realidad heredada, transformándola profundamente. Tenía clara conciencia de que «el descrédito de las leyes era una de las más graves herencias patológicas» recibidas de aquel régimen; por eso quería acreditar la fundamental en ciernes. Diez años más tarde, tras dos legislaturas de hegemonía democristiana, en La Constitución inactuada, hizo un balance demoledor de lo que había sido una acción de gobierno reflexivamente dirigida a sabotearla. Norberto Bobbio vio este ensayo como «conclusivo» en cierto modo del pensamiento de su autor. Y es que, en efecto, en él, al hilo de la denuncia implacable de las acciones y omisiones liberticidas de esa mayoría, define, con gran plasticidad y eficacia, el único modo legítimo de entender el papel, positivamente preceptivo y vinculante, del texto fundamental; como presupuesto sine qua non de una convivencia democrática efectivamente garantizada.