Los poemas de este libro fluctúan de manera deliberada entre la poesía social y la existencial. En realidad, su autor no concibe la una sin la otra; dan testimonio de esta imbricación los poemas de la desolación de "Ni puertas ni ventanas", o los de la derrota que se agolpan en "El final de la utopía", pero también los de la rabia en "La cólera de los dioses" o aquellos que rememoran la muerte en "Todo lo efímero es sempiterno" e incluso en los poemas que nacen de la imagen en "El puzzle de la imagen y la palabra". Mientras el país y el sistema económico que lo sustenta ofrecía la más obscena de las podredumbres, la fragmentación y el dolor personal y familiar en la casa del poeta descubre sería suficiente con que volviera a la vida la hija.