Ya en sus postrimerías, el Imperio romano está en manos de los bárbaros. El propio Atila, debilitado por las escisiones de sus aliados, muere, y el ambicioso Orestes saquea su tumba y acusa de la profanación a sus rivales políticos, los hermanos Omulf y Odoacer. A partir de ahí se sucederán las luchas entre clanes y líderes militares dentro de las propias legiones romanas, hasta culminar en la caída del principal símbolo del poder imperial: la ciudad de Roma.