En julio de 1944, a finales de la segunda guerra mundial, representantes de cuarenta y cuatro naciones se reunieron en el complejo hotelero de Bretton Woods (Nuevo Hampshire, Estados Unidos) para diseñar un nuevo sistema monetario mundial que posibilitase una paz global y duradera tras la contienda. Las conversaciones, no exentas de fricciones, estaban lideradas por el economista británico John Maynard Keynes y por Harry Dexter White, un hasta el momento desconocido tecnócrata estadounidense.
La paupérrima situación económica en la que se encontraba Gran Bretaña, propició que White consiguiera imponerse a una de las grandes mentes del siglo XX y establecer con ello un nuevo orden económico marcado por la supremacía del dólar y que, a la postre, determinó el curso de la posguerra.
La recuperación económica de los años cincuenta y sesenta hizo que Bretton Woods se convirtiera en sinónimo de una reforma económica internacional sensata e inteligente. Tal vez por ello no es de extrañar que en un momento de gran estrés financiero y económico, como el que vivimos en la actualidad, se multipliquen las iniciativas para recuperar y modernizar el sistema financiero mundial propuesto en los años cuarenta.