Dos no riñen si uno no quiere, así que como estaba solo llamé al amigo Manuel Medina, alto, enjuto, de mirada noble e inteligente, para que me echara una mano, como en tantas ocasiones en las que juntos escribíamos sketch para hacerlos en el teatro portátil Lido con el que recorríamos todas las ferias de España. El mecanismo siempre era el mismo, buscábamos un argumento, en ocasiones incluso bajo el sofá. Cuando lo encontrábamos lo poníamos en orden, luego lo «gags-seabamos» y «amorcillábamos». De esta manera simple y costumbrista llegamos hasta nuestra obra. En los ochenta nos llamaron la atención las primeras jubilaciones anticipadas, ya saben, personas que la empresa enviaba a casa para que se hiciera cargo de ellas el Estado. Alguno de esos «jubilados» se buscaron la vida de una u otra forma y en esta obra veremos una muy accidentada y divertida. ¿Se imaginan ser el autor de la mejor canción de tu cantante favorito? Eso nos llevó a hacer esta obra para D. Paco Martínez Soria. Y aquí está.
Manolo Royo se está volviendo a reencarnar. Está cogiendo unos kilos que se niegan a abandonar su escondite bajo su piel volcánica, a juzgar por las erupciones que padece. Aunque sufre más con los acufenos, ya que un artista no puede estar escuchando pitos de forma constante. Asegura haber estado ya antes en este mundo, por lo menos en un par de ocasiones, acepta haber sido centurión romano de nombre Casio, de ahí su pasión por los relojes y mongol y haber atravesado el desierto del Gobi a caballo, que terminó comiéndoselo ante la falta de previsión allá por el año 1151. La última vez que volvió lo hizo en Caspe (Zaragoza) a mediados del siglo pasado. Creció lenta y tímidamente, llegando a alcanzar el metro sesenta y seis, cosa de la que se siente muy orgulloso, ya que tomaron su medida para crear el euro. Estudió lo suficiente como para saber dónde queda el Cabo de Gata, aunque le gustan más los perros. Manolo ha escrito casi tanto como hablado y actuado, y eso que lo ha hecho en distintos soportes. Sus más de doce libros publicados van sembrando las librerías y estanterías de los que gustan de su humor. Hoy, recién estrenado los sesenta, aún sigue soñando con ser payaso.