Aborrecido por la historiografía liberal argentina, Juan Manuel de Rosas sigue representando aún hoy, para muchos, el atraso, el populismo, el totalitarismo y la barbarie.
Aborrecido por la historiografía liberal argentina, Juan Manuel de Rosas sigue representando aún hoy, para muchos, el atraso, el populismo, el totalitarismo y la barbarie. Pero la Historia es tenaz, y lo que se trata de ignorar, ocultar o corromper termina saliendo a la luz.
Rosas, que al asumir su primera gobernación era el hacendado más poderoso de Buenos Aires, supo hacer de la estancia una moderna unidad productiva capaz de competir de manera ventajosa en el capitalismo naciente. A las "minorías ilustradas", que llegaron a apoyar la fragmentación territorial y una invasión imperialista con tal de librarse del "tirano", Rosas les opuso la adhesión masiva de los sectores populares tradicionalmente postergados. A tal punto fue querido por el pueblo, que hasta su acérrimo enemigo Sarmiento tuvo que afirmar que "nunca hubo un gobierno más popular y deseado ni más sostenido por la opinión que el de Don Juan Manuel de Rosas".
Hombre al fin, cometió errores y tomó medidas reprobables, en el contexto de una época novedosa, en la que los errores y las medidas reprobables eran, a veces, más norma que excepción, y principalmente, práctica común entre todos, amigos o enemigos.
Para Rosas, la función pública estuvo lejos de ser una herramienta de enriquecimiento personal. El estanciero rico que había asumido el gobierno salió del país exiliado y en la pobreza material, pero dueño de uno de los tesoros más grandes de la Patria: el sable de la Independencia que José de San Martín le había legado como gratitud por la firmeza con la que había sostenido "el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataron de humillarnos".