A seguir escribiendo No se contente sólo con ser aficionado. Hágase profesional. Teólogos y canonistas, patrólogos y exégetas, tenemos muchos. Filósofos y naturalistas tampoco nos faltan. De literatos es de los que andamos escasillos.
Sintió también la comezón de ciertos detractores puritanos, para quienes no era fácil conciliar la vocación sacerdotal con la del novelista. Pero estas contestaciones a su obra literaria no eran más que pequeñas piedrecillas que a todos nos molestan en el caminar de la vida. Muñoz y Pabón fue un gran sacerdote, un gran poeta, un gran novelista, que dejó dichos a todos esos
No crean que me irrito, ni que pierdo por ello la paz interior. Dirá Santiago Montolo del canónigo lectoral:
Muñoz y Pabón jamás olvidó su calidad de sacerdote y en toda su fecunda labor de novelista aparece el prudente consejero, el severo moralista, que supo unir la sana doctrina de la más pura ortodoxia, con la amenidad y humorismo de nuestros grandes escritores del Siglo de Oro. Puso en ello sumo cuidado. Por esto, cuidando cierto crítico pazguato y ñoño le censuró algunas de sus novelas, tachándolas de demasiado mundanas y atrevidas para un sacerdote, su amargura fue dolorosísima. Más prontamente repuesto de la injusticia de quien por sus hábitos y profesión debía ser más circunspecto y caritativo, respondió en varias de sus obras a los que desde su mismo campo lel hostigaban.
Es el precio de la fama, el precio de ocupar un lugar aupado en la novela que se prodigaba en su tiempo. Fue un escritor de costumbres, costumbrista. Y proclamó a Sevilla madre de su alma y a su Seminario su única escuela. y un observador excepcional de la Sevilla de su tiempo y de los pueblos del Condado de Niebla, que describe maravillosamente en sus libros, recreando el lenguaje de la gente sencilla. Muñoz y Pabón, tan andaluz, tan español