Argumento de Josep de Togores
Hay trayectorias que discurren progresivamente, sin cortes ni cambios bruscos, y casi al margen de la vida personal de sus autores; Joan Miró es un buen ejemplo. Existen, también, las que se van reinventado constantemente, como sucede en el caso excepcional de Picasso. Y hay otras que, en un momento dado, se parten en dos de una forma radical, irreconciliable y trágica. Los cuadros de Togores de los años cuarenta a sesenta del siglo pasado, por los que era conocido y apreciado por la buena sociedad catalana de posguerra, poco tenían que ver con aquellos de su etapa con Kahnweiler, en los que había mantenido un interesante diálogo con la modernidad de su tiempo; incluso no parecían de la misma mano. Poco a poco, las obras de juventud, una vez distribuidas en Barcelona, y también en Madrid, irían ganando adeptos y, gradualmente, fue apareciendo otro Togores radicalmente opuesto, mucho más conectado con el arte del siglo XX y su vanguardia, del que apenas se conocía nada.0