La tesis de Dunn es que tanto en el ministerio de Cristo como en el desarrollo de las comunidades primitivas, la experiencia y el sentido de lo carismático jugaron un papel vital. Una de sus conclusiones principales es que la experiencia del Espíritu, tanto de Jesús cómo posteriormente de sus discípulos y seguidores, fue "escatológica" en su naturaleza: experimentaron un derramamiento del Espíritu que les llevo a verse y entenderse a sí mismos como viviendo el presente en base a la nueva era había de venir. Sostiene que el cristianismo primitivo tenía plena conciencia de ser un movimiento que actuaba guiado y liderado directamente por el poder de Dios, con toda la libertad institucional y organizativa que ello implica. Algo que se fue desvaneciendo, a partir de la segunda generación, para dar paso a un modelo de Iglesia más sacramental, institucional y organizativa.
Para exponer y defender estas afirmaciones, estructura la obra en tres partes:
La primera La experiencia religiosa de Jesús.
La segunda La experiencia religiosa de las comunidades cristianas más primitivas.
La tercera Nos traslada a las iglesias paulinas.
No oculta, sin embargo, las dificultades de la experiencia carismática: Corinto, Roma, Tesalónica, y la necesidad de la autoridad apostólica y la de otros ministerios: profetas, maestros, supervisores, diáconos, evangelistas, pastores y otros, que analiza también individualmente y con detalle.
Finalmente, nos habla del conflicto entre Espíritu y carne, entre el bien que quiero y el mal que no quiero, la paradoja de vida y muerte.
Estamos ante lo mejor que se ha escrito y publicado sobre el tema del Espíritu, una obra clave que aporta una dimensión interpretativa absolutamente nueva para ayudarnos a entender el origen de la fe cristiana y las bases del Movimiento Carismático.
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