Hemos presenciado cómo el extraordinario desarrollo tecnológico de los servicios de salud, producido desde la segunda mitad del siglo veinte, no ha ido acompañado, la mayor parte de las veces, de una adecuada planificación y gestión de los mismos, como consecuencia se ha provocado un efecto incremental de los costes de los sistemas sanitarios, una alta expansión de tecnología no adecuadamente distribuida y una utilización de técnicas con alto grado de variabilidad, que se ha traducido en una mayor presión sobre la economía de los países, sin que en muchas ocasiones no se haya producido un impacto positivo sobre la salud, incluso pueden suponer una de las causas de mortalidad más importantes dela población.