En los correos electrónicos que se envían los amantes de esta arriesgada novela (a veces transmutada en ensayo, y que exige al lector una atención y una complicidad muy especiales), la seducción se mezcla con cierta suerte de telepatía y los hallazgos mutuos revelan un conocimiento antiguo del otro. Los amantes están separados por un océano gigantesco, que salva, a pesar de la grieta profunda que todo exilio abre, la intimidad del género epistolar, en el que dos voces casi inaudibles, dos voces escritas, se entienden por el movimiento de los labios, esa coloreada carne fronteriza no sólo entre el interior y el exterior de nuestro propio cuerpo, sino entre un cuerpo y otro, carne que tiembla de deseo y vocaliza el anhelo del reencuentro.