?Los dioses descendieron a la tierra. Dispuestos a aparearse, danzaron sobre las cumbres, enamorando? Fue a causa de aquel juego reproductivo que el aire se volvió denso, irrespirable; se quedaron dormidos los pájaros, las flores, los abrojos y, en el otrora fértil paraje, sólo flotó divinidad. En este místico lugar, nació el río Icapú, cesta o cuna de los dioses según la lengua aborigen. Brotó una gota de agua del ancestral silencio, se deslizó, como una lágrima, por lejanos desfiladeros, y fue uniéndose a otras aguas hasta convertirse en el robusto caudal que llegó a las tierras chamanes. Siglos después, en Brasil, un joven fugitivo llamado Tito Alfonso arribó por accidente a las riberas selváticas del Icapú. La presencia del forastero originó la apresurada interpretación de antiguas profecías: 'El Elegido llegará desde la otra orilla, precedido por la total oscuridad'. Los nativos se agazaparon en la espesura: '¡Es Él! ¡Es Él!'. Retumbaron los tambores. Un humo espeso conquistó el cielo. El Elegido había llegado a fundar su pueblo.?