Inmigrante húngaro de origen judío, Erik Weisz desembarcó a los cuatro años de edad en el puerto de Nueva York acompañado por su madre, sus hermanos y un par de viejas maletas para mezclarse con la interminable corriente de inmigrantes que venían desde Europa. Decidió apostarlo todo a lo que creía que era su verdadera vocación: el mundo de la magia y el escapismo.
Adoptó el nombre artístico de Harry Houdini y comenzó una carrera con la que cautivaría al público llevando a cabo pruebas complicadísimas y desafíos inverosímiles. Se ponía a prueba a diario, cargando su cuerpo con grilletes, candados y esposas, y desafiando todas las formas de sujeción y encierro. Durante casi tres décadas, trató de fugarse de las más arriesgadas trampas, prisiones, ataúdes, arcones, sacos, jaulas y profundos ríos, y se dejó someter a dolorosas sesiones de inmovilización, encarcelamiento y ahogamiento. La cantidad de relatos en torno a sus portentos es tan abrumadora que en ocasiones llega a bordear lo impensable.