Junto a esta imbricación del hombre con la naturaleza que lo rodea, en la obra adquiere especial relevancia la cuestión de los cambios climáticos del Paleoceno y el Holoceno (y sus distintas fases), hecho que, según el autor, ha condicionado la evolución del hombre, diferenciándolo de otros seres vivos, principalmente mediante el desarrollo de un cerebro de mayor tamaño.
A lo largo del libro se justifica esta relación entre la climatología y la fisiología: la primera resulta determinante al poner a prueba a los seres en una alternancia de ciclos climáticos fríos y cálidos que obligan a desarrollar adaptaciones fisiológicas para poder sobrevivir y cumplir con lo que el autor llama las fuerzas de la vida.
Estas fuerzas de la vida (nutrición, reproducción, defensa y socialización) condicionan toda la evolución humana: la necesidad de cumplir estas funciones es lo que obligó a los seres humanos (así como a otros seres vivos) a evolucionar mediante las mutaciones genéticas y la adquisición de cultura que fueron pasando de una generación a otra hasta hoy.