Es también, y sobre todo, el triunfo del maniqueísmo. Mientras el historiador debe medir el peso sutil de los matices y las circunstancias, y recurrir a los campos complementarios de su saber (geografía, sociología, economía, demografía, religión, cultura), lo políticamente correcto borra la complejidad de la historia. Todo lo reduce al enfrentamiento binario del Bien y del Mal, pero un Bien y un Mal reinterpretados según la moral de hoy en día. A partir de entonces la historia constituye un campo de exorcismo permanente: cuanto más se anatematizan las fuerzas oscuras del pasado, más debe uno justificarse de no mantener con ellas ninguna solidaridad. Se demonizan así personajes, sociedades y épocas enteras. Sin embargo, no es más que una engañifa. No se apunta hacia ellos realmente: a través de ellos somos nosotros los que estamos en el punto de mira.
Jean Sévillia (del prólogo de esta obra)