Una leyenda que impregna a Sevilla, de siglos atrás, del olor de flores de arriate y de verde perejil. Fue hace muchos años. Èrase una vez El rey enamoradizo persigue a la dama. Ella de deslumbrante hermosura, guarda su viudez tras las rejas de un convento.
Como los muros no son obstáculo suficiente para el antojadizo rey, la dama realiza un último y supremo gesto trágico: se arroja aceite hirviendo sobre la cara, que le desfigura su hermoso rostro. El rey es don Pedro I de Castilla, para unos el Cruel, para otros el Justiciero.
La dama es doña María Coronel. Érase una vez, allá por el siglo XIV, cuando ocurrió esta curiosa leyenda sevillana.
Pero no sólo la leyenda, también la historia apoyada fundamentalmente en el Archivo del Monasterio de Santa Inés, rico en diplomática medieval con todos los pergaminos pertenecientes a la familia Coronel.