(Lee más en el capítulo VI, pág 31).
Allí, en la parte oeste de las afueras de Belén, se mostraba esplendorosa la vieja y humilde casita La estrella no estaba ya; al menos no la veían. Por lo tanto, no era su resplandor lo que bañaba el lugar. ¡Era un resplandor húmedo y tierno que emergía de aquella casa, sin que nadie, salvo los Reyes Magos, lo percibiera!
(Lee más en el capítulo XVII, pág. 72)
Y tanto ahondó el miedo en Herodes, que en mitad del camino le invadieron temblores que a él y al caballo descontrolaron. Hasta sus piernas campaban por sus respetos; tanto, que en un fuerte vaivén espolearon al caballo, el cual, sin preguntar, emprendió brusca carrera. Tan brusco, que el animal despidió de sus lomos al acoquinado jinete.
(Lee más en el capítulo XXVIII, pag. 107)