La historia de las cofradías penitenciales y de la Semana Santa de Córdoba es la de una peregrinación. La fiesta tenía raíces remotas, se desarrolló gracias al Concilio de Trento y estuvo orgullosa de su entraña barroca y teatral, pero también debió afrontar un largo periodo de 30 años de ausencia en el siglo XIX, en que se perdió buena parte de la memoria de su identidad. Desde entonces su camino, tan lleno de abrojos como de hallazgos felices, ha sido de búsqueda. Las cofradías que existían quisieron ser autónomas y labrar pasos hermosos para sus titulares; las nuevas se abrieron paso y encontraron su propia identidad, y todas se dieron cuenta en algún momento de que tenían que dirigirse a la casa común que había sido suya y que habían perdido: la Mezquita-Catedral. No fue el final del relato de su historia, pero en ninguna parte pueden crecer mejor que en su Tierra Prometida.