Una mirada de conjunto dirigida a la plenitud del siglo XVII nos proporciona la evidencia de hallarnos en una etapa literaria enteramente distinta de la anterior, pero ya no es tan haacedero delimitar sus orillas. Situar a Cervantes dentro del Barroco puede resultar tan arriesgado como emplazarlo con el Renacimiento; como veremos, Cervantes realiza -a nuestro juicio- la síntesis genial de ambos períodos, pero no faltan quienes le asignan con exclusividad los caracteres de uno solo de ellos. Pfandl, por ejemplo, afirma que Cervantes no era nada barroco, mientras que Hatzfeld lo estudia de lleno como a tal.