A medio camino entre la historia y la filosofía, este ensayo versa sobre las formas sucesivas (que no progresivas) de materialización de la experiencia del daño, sobre las modalidades artísticas, jurídicas o científicas que han permitido, desde el Renacimiento hasta nuestros días, la comprensión cultural del sufrimiento humano. La representación, la simpatía, la imitación, pero también la coherencia, la confianza o la narratividad son algunos de los recursos retóricos y argumentativos que los hombres y las mujeres hemos ido utilizando, y todavía usamos, para sentir nuestro dolor, pero también para expresarlo y dotarlo de significado y valor colectivo.