El 18 de agosto de 1969, al alba, delante del parterre devastado de Woodstock, Jimi Hendrix rasga el silencio con el sonido salvaje de su guitarra y empieza a interpretar el himno estadounidense. Es un grito desgarrador. Y este grito -tal es la convicción de Lydie Salvayre- solo podía entonarlo con tal potencia Jimi Hendrix. Porque es negro, de una minoría a la que se manda sin problemas a morir en la guerra de Vietnam. Porque también es cherokee, de una minoría piel roja a la que se le niegan derechos y dignidad. Porque su madre se hundió en el alcohol y fue a la deriva hasta su muerte. Y porque, finalmente, su única etiqueta fue la música, de la que fue un explorador demasiado genial para ser comprendido por muchos de sus contemporáneos.Retomando este momento histórico como una letanía, Lydie Salvayre tira los hilos de la biografía del músico pero afirma también la potencia suicida de todo creador genial. Ella escribe, con fuerza visionaria, la leyenda dorada de Jimi Hendrix.