Para ayudar en su crecimiento a ese pequeño hombre del espíritu, engendrado en el bautismo, la Iglesia me ha auxiliado dándome un catecumenado, donde me ha adiestrado para defender mi primogenitura, y el amor que el Padre me ha manifestado durante toda mi vida.
Asimismo, me ha enseñado a amar los mandamientos, que han sido y son la luz de mis ojos en el día a día de mi existencia.
He descubierto que estos no son una pena a la que el hombre ha sido condenado, por su mal hacer, sino la ayuda necesaria para poder vivir en libertad y tener iluminado ese camino hacia la santidad, para la que hemos sido creados.
Por eso, cuando se proclama el Sermón de la Montaña, donde Jesús recupera la imagen de aquel hombre que Dios creó en el comienzo de los tiempos, semejante a él, de mi corazón brota un agradecimiento tal, que es difícil de manifestar.
Mi intención en este libro, por lo tanto, es compartir con todo aquel que lo lea, la experiencia que tengo de la necesidad de estos mandamientos en mi vida; ellos no son en absoluto una carga, sino las coordenadas de un camino que lleva a la vida, que intento tantas veces buscar todos los días fuera de la voluntad de Dios, y que no encuentro.
Me gustaría dejar en el aire alguna pregunta como prólogo a este libro:
¿Qué significado tienen estos mandamientos en mi vida?