Torreluna del Olmo era un pueblo de creencias extrañas, ficticias o no, sobre actos de brujería, de peleas, de rencores, de odios y de venganzas. Maldiciones de brujas, sesiones de espiritismo y profanaciones de cierta importancia habían sido durante muchos años la comidilla del pueblo. Con el tiempo pasaron al olvido entre los más jóvenes, o así se pensó, porque los más longevos no olvidaban y lo transmitían de padres a hijos. Nuestros protagonistas habían estado en el punto de mira. Si había sido la maldición de una bruja o la venganza de un alma despiadada jamás se hubiera sabido de no ser por el tesón de un joven periodista que no cejó en su empeño de aclarar los hechos acaecidos unos treinta años antes de su nacimiento.