En 1526 el emperador Carlos V contrajo matrimonio en Sevilla con Isabel de Portugal, y, a los pocos días, los recién casados decidieron visitar Granada. No faltaban en el séquito real caballeros capaces de encarnar adecuadamente el ideal cortesano de la época, en cuanto que habían puesto su espada al servicio de los sueños cristiano-europeístas del emperador, pero, cuando lo permitían sus deberes militares, satisfacían sus apetencias espirituales leyendo a los autores italianos y descubriendo, a través de éstos, a los grecolatinos. A veces, ellos mismos sentían el impulso creador, igual que lo sintieron en su día acreditados caballeros como el marqués de Santillana o Jorge Manrique, cuya fama literaria había inmortalizado sus nombres más allá del recuerdo que pudieron dejar como hombres de armas.Pero, como el propio Boscán reconocía con toda honradez, es muy probable que el empeño innovador de un discreto poeta como él no hubiera dado grandes resultados de no haber conseguido involucrar en el mismo a Garcilaso, cuya genialidad poética fue la que realmente alcanzó a realizar lo que, desde la perspectiva de 1526, se diría impensable: la rápida aclimatación en la literatura española de unas formas métricas que son inseparables de lo que hoy llamamos poesía moderna.