El protagonista de Gabinete veneciano, inmerso en un profundo desarraigo existencial, busca inútilmente un espacio social vedado para aquellos que, como él, se sienten equidistantes entre la vulgaridad reinante en aquellos países sumidos en el populismo y el falso reconocimiento del que gozan las oligarquías corruptas. El narrador nos muestra cómo el estigma del pequeño burgués es sufrir un hondo malestar cultural; sumido en sus propias contradicciones, persigue ídolos efímeros, a quienes admira y desprecia a un tiempo. Para aquellos sumidos en la incomunicación, el sexo es únicamente la satisfacción de una necesidad, que convierte a los personajes en seres abyectos y desfigurados que se dejan llevar por sus excentricidades y fantasías. Sólo así se puede entender la relación que entablan las hermanas Ardá, pertenecientes a la aristocracia del país, con otros personajes provenientes de clases sociales inferiores. La doble vida de estos personajes se archiva en un gabinete imaginario. Serán los cuadros de arte, las fotografías, y el famoso cuestionario de Marcel Proust, que allí se guardan, los que permitirán al lector sumergirse en un mundo decadente. María Chouza-Calo