Argumento de Fumadores de Opio
En esta colección de relatos, Jules Boissière presenta una galería de personajes perdidos en las selvas de Indochina y atrapados en las voluptuosidades y decadencias del sagrado y dulce opio, oficiales del ejército francés demudados en espectros balbucientes que apenas aciertan a sostener el credo de sus sueños visionarios. La realidad de la conquista de Tonquín y los intentos del Protectorado por sofocar las insurrecciones se alzan como telón de fondo en la existencia de estos seres errabundos y mudables, que desarrollan una vida interior poblada por gestas del pasado y redimida en el crisol de visiones apoteósicas o devastadoras.
En la línea de De Quincey y Baudelaire, las historias que conforman este volumen proponen una sutil conexión entre varios estratos o categorías de lo real a través de la inmersión en un estado de conciencia alterado, promovido por el opio transfigurador. Herederas de los clásicos del XIX pero de una sorprendente actualidad, constituyen una suerte de rito de paso entre tradición y modernidad; con un lenguaje que oscila entre la sobriedad y la alucinación, dan cuenta del progresivo distanciamiento del mundo de unos hombres que han asumido el abismo y su condición de náufragos en vida. En última instancia, el autor propone una reflexión profunda acerca de los mecanismos de la representación y muestra cómo el mundo real empalidece ante los encantos de los paraísos opiáceos. Una prosa de una belleza sobrecogedora que indaga en los rincones más oscuros y, paradójicamente, también en los más luminosos del alma humana. En la grieta, el temblor o la herida alienta una pulsión mística, la de unos seres que muestran impúdicamente su desasosiego existencial y no se dejan amilanar por la mirada censora de sus congéneres.
Tras serle recomendada por Jean Cocteau, Jünger escribió lo siguiente en las páginas de su diario (Radiaciones I): Acabo de leer a altas horas de la noche en el hotel Raphael: Fumeurs dopium, de Boissière. Este libro, que se publicó en 1888, ha sido para mí una mina de hallazgos. No sólo describe la vida en los pantanos y selvas anamitas, sino también ascensos espirituales. En los sueños provocados por el opio se alza, cual una bóveda, por encima de las zonas de las fiebres y los trópicos, un mundo diferente, cristalino; hasta la crueldad misma pierde su horror cuando se la contempla desde las alturas de otro mundo, pues en él no hay dolor. Quizá la cualidad suprema del opio sea ésa: vivificar de tal manera la propia fuerza creadora del espíritu, la fantasía, que ésta se edifique castillos encantados en cuyas almenas no provoca miedo la pérdida de los reinos pantanosos y brumosos. El alma se crea a sí misma gradas para pasar por ellas a la muerte (París, 3 de diciembre de 1941).0