Un viaje colectivo que se convierte en una aventura personal; una historia real que se transforma en una delirante ficción.
Dubrovnik, agosto de 2002. En el marco del festival cultural de la ciudad, un avión realiza un bombardeo de cien mil poemas de autores chilenos y croatas para exorcizar a través de la poesía, el dolor de la violencia que sufrieron sus habitantes en los bombardeos de la Guerra de los Balcanes. La anécdota es verídica y forma parte de la segunda acción de arte del colectivo poético Casagrande, que un año antes había efectuado la misma actividad sobre el palacio de La Moneda. Fuimos a bombardear Croacia relata de forma novelada las peripecias del protagonista cuando se embarca en la locura de visitar un país desconocido, sin hablar su lengua ni tener dinero. El resultado es la graciosa crónica de una travesía marcada por la insensatez del episodio. Ciertamente, a ratos parece un relato salido de una novela de aventuras; pero si fuera de otro modo, no valdría la pena contarlo. ¿Qué nos decidió a viajar a Croacia? La ingenuidad, creo. Poco tiempo después de bombardear La Moneda con poemas, le comentaba a Bianchi durante un viaje en micro que si eso no significaba prestigio, entonces no sabía qué era prestigio. Los dos reímos pero hablábamos en serio.